Por Simone
Y bien, es cierto que ‘El Estilo’ es un término que, como bien dice Code J, está tan manoseado que, como digo yo, se ha vuelto ambiguo y muy poco claro para los que no vivimos en un sit com norteamericano (aunque a veces tengo la impresión de que estoy en Seinfield o en Mad About You…) Pero esto no es pretexto para no empezar por donde se debe y así lo asumí yo misma porque eso «do not practice what I preach» como que no me late tanto.
En mi caso he pasado por casi todo lo que se refiere a vestuario, aunque sea una embarrada inocente: el atuendo escotado y pintado al cuerpo cuando tenía 14 años e iba a las fiestas de 15, los infames uniformes de deportes con tenis y calcetas blancas, mis jeans con los mismos tenis -la idea de tener varios tenis de colores no era popular ni en mi famila ni en la mayoría de las de mis amigos: «¿Pa’ qué más pares si estos todavía están buenos y te sirven para la escuela?» preguntaría cualquier padre de familia de principios de la década de los 90)- y una playera tipo camiseta con cuello redondo, sin olvidar las «donas» del pelo en colores fosforescentes.
Pasé también por mi etapa ‘monjil-conservadora-ingenua-dulce’ de faldas largas y anchas, camisas de cuello polo de color sólido y colita de caballo; luego, mi look hippie, con morral tejido a mano por gente de Hidalgo (o eso creía yo hasta descubrir una etiquetita mínima que decía «made in Vietnam”), mi evolución hacia el look «ya- engordé-me-pongo-lo-que-encuentre» en un sentido casi literal y la definición actual de mi guardarropa: muchos básicos, colores variados, cortes limpios y accesorios.
Me encantó cada una de esas etapas y, aunque algunos ahorita podrían considerarse fuertes atentados contra la moda y una falta de auto respeto, simplemente funcionaron en sus respectivos momentos. Qué rara aplicación de la palabra ‘funcionaron’ para un asunto de telas, botones y cierres… Me explicaré mejor: digo que ‘funcionaron’ porque cada uno de esos coordinados de ropa «mensajearon » a los demás lo que yo pensaba de mi misma y me ayudaron a sentirme segura de que todos captaban el mensaje.
Es decir, si yo veo a un policía con sandalias de playa y traje de baño no es que me inspire mucho respeto ni autoridad. O si viera a una Conejita de PlayBoy lonjuda, celulítica y sin ninguna intervención «divina» en su anatomía la consideraría sin piedad la versión «región 4» de Kendra, Bridget y Holly, una imitación burda y sin personalidad que está -básicamente- mintiendo.
Por eso resulta tan importante para mi reconocer que mi ropa transmitía el mensaje que quería darle a los demás acerca de cómo me sentia en cada uno de esos momentos. A veces es más claro si eres punketo, darketo o rockero porque sus looks resultan más que impactantes en muchos casos, pero para cualquier adolescente, joven y adulto joven es indiscutible la necesidad de presentarse ante sus congéneres como un individuo, valioso y con personalidad. Siéntete viejo si ya no te importa qué trasmites con tu atuendo.
Sin embargo, el punto a destacar -que viene siendo la primera regla- es que en el pulimiento y construcción del propio estilo, el punto de inicio es conocerse bien uno mismo. Sí, ya sé que suena a filosofía de metro, pero por algo es una máxima que ha regido la vida de muchos grandes: el autoconocimiento es la fuente de todas las inspiraciones, incluyendo la del estilo; es la única manera de que realistamente sepas qué quieres, cómo lo quieres y qué estás dispuesto a intercambiar por ello (pues sí, unas cosas por otras siempre, es ley de vida).
Por esto hablo de la honestidad abrumadora: sólo siendo realmente honesto contigo mismo puedes hacerte de un estilo propio. Implica entonces -en la cuestión del propio estilo- revisar tu clóset y ver si realmente lo que usas en el viernes «casual» hablan de un profesionista que aprovecha ese día para jugar al cool o realmente es la pantalla que quieres dar y generalmente preferirías que tu jefe no te viera mucho con la sudadera de Hard Rock de cuando fuiste a Ixtapa (donde, por cierto, no hay tal restaurante). Es aceptar que tal vez no consideras que los mensajes no verbales que das con tu lenguaje o tus modales son realmente un aviso luminoso; que no crees que la primera impresión es importante (y eso que nos toma entre 7 y 20 segundos formarnos una opinión de quien vemos por primera vez, sea en el día o en la vida) y por eso sales de tu casa sin una gota de maquillaje o con calcetas blancas y zapato negro. Es ser tan abrumadoramente honesto con uno mismo como para al menos contemplar la posibilidad de que no te sientes tan importante como para que el resto del mundo se fije en ti…
Y no se trata de vanidad o superficialidad, nada de eso. Es uno de los riesgos, sí. Pero ¿qué existe sin riesgo en la vida? Creo que es más valioso arrepentirse de lo que haces que de lo que dejaste de hacer porque así se aprende. No se trata de juzgarse y sufrir por lo que se es, sino conocerse de tal forma que no pese decir «Estuvo bien mientras duró, ahora es tiempo de un cambio». Y comenzar por el auto mejoramiento de la imagen física y mental puede parecer lo más drástico y frívolo, pero justamente es lo más profundo y lo que realmente trasmite un mensaje a los demás: «sé qué es lo mejor de mi y si no te pones abusado, te lo puedes perder».
Espero sus comentarios.
Celebro no sabes cuánto que haya «funcionado» tu atuendo en cada etapa de tu vida, pero pero celebro más que de vez en vez sea esa decisión de ‘Qué me pongo hoy?’ sea el motor de un convencido ‘Mi día va a ser glamoroso!’… que si este comportamiento fuera sólamente en un sentido, tal vez estaríamos todos los días en chanclas y traje de baño… ¡al menos yo! ¡Brindo por esa ocasional elegancia sin motivo! ¡Un beso y la mejor de las suertes con este blog!