Esta vez, mira más allá de tu nariz y decide -primero que nada- qué es lo que NO QUIERES más en tu vida.
Soy una experta en hacer listas. Me encanta escribir guiones y bullets para enumerar ítems en una hoja en blanco. Y sí, mentalmente repaso mis metas ideales para alcanzar cada cierto tiempo y, sin duda, me he llenado de post- its y apps que me ayudan a tener ordenadas mis ya clásicas listas: Desde la del súper hasta la de mis canciones favoritas, pasando por la de pendientes cotidianos y sueños por cumplir.
Cuando se trata de los propósitos de Año Nuevo, ese momento epítome de la creación de listas entre chicos y grandes, mi acercamiento ha ido evolucionando en otro tipo de lista, claramente distinta a las populares metas que se engullen con uvas o rituales a partir del primer minuto del 1 de enero. Porque creo firmemente en el poder de la manifestación y mi espíritu es altamente optimista, he decidido hacer una lista primaria de «despropósitos» de nuevo año. Esta lista enumera las enseñanzas que he tenido hasta hoy y que me han mostrado lo que ya no quiero manifestar en mi vida. Sabiendo lo que no quiero puedo clarificar mi lista de lo que SÍ QUIERO con mucha más precisión.
He aquí los despropósitos que creo necesarios tanto en mi vida como en la de quienes me rodean.
- Dejar de buscar «la» felicidad. Es tan fácil de encontrar como la olla de monedas de oro al final del arco iris. La felicidad brota en racimos de momentos y situaciones cuyas condiciones se generan en armonías de tiempo y espacio. Obsesionarse con ser feliz crea una enorme carga emocional y económica que nos roba la atención a esos racimos de momentos y situaciones del aquí y el ahora.
- Renunciar a enterarse de todo. Ejercer el derecho a la información de una manera responsable incluye evitar llenarse de basura mediática que me deja con un lastre de negatividad y ansiedad paralizantes. No es un asunto de ignorar lo que sucede en el mundo, sino elegir las fuentes más objetivas y programas que enriquecen la mente y el criterio y generan pensamientos positivos. Y también implica dejar de lado los datos ociosos de la vida de otras personas.
- No tomar todas las oportunidades. Despropósito especialmente dedicado a las «oportunidades» laborales que no pagan. Prefiero, por mucho, dedicar mi tiempo, esfuerzo y conocimiento a practicar, aprender algo nuevo y/o ayudar a alguien en la medida de mis posibilidades.
- Ya no guardar el dinero. Definitivamente no me refiero a despilfarrar, pero tampoco veo el caso a guardar los centavos abajo del colchón o en una cuenta de banco con comisiones altísimas. Yo le apuesto a usar el dinero inteligentemente en aprendizajes, experiencias, piezas básicas de guardarropa, asesorías y mentores e, incluso, en inversiones que ponen a trabajar el dinero (y para esto recomiendo aprender al respecto con el libro- agenda del Pequeño Cerdo Capitalista y también el volumen específicamente sobre inversiones, ambos de Sofía Macías). Por tardarme en seguir los pasos adecuados para hacer crecer mi patrimonio, he perdido muchísimo en años anteriores, y me niego a que eso siga sucediendo.
- Dejar de ser fan. Quienes me conocen saben que soy un espíritu apasionado, que cuando me comprometo, cumplo y que, sin embargo, no soy coleccionista ni me declaro fanática de algo o alguien con frecuencia. Este año, voy a reforzar este comportamiento, porque es una pérdida de energía dedicarse a admirar algo o a compararse con alguien que está demasiado ocupado/a en parecer más que en ser -asunto frecuente entre los usuarios de Instagram, por poner un ejemplo-. Prefiero dedicar mi atención y esfuerzos por parecerme a personas y apoyar propuestas con sustancia, con fondo y con intenciones colaborativas o que buscan mejorar nuestro mundo de alguna manera. Ah, y no puedo dejar de lado lo muchísimo que me molesta leer artículos y blogs o ver video blogs donde cada producto que reseñan es «maravilloso» y quien lo describe «es fan»: Es un insulto a la inteligencia del lector, y nunca he tenido intenciones de unirme a ese tipo de contenido ni consumirlo.
- No más límites alimenticios. OK, debo hacer una confesión: Hace mucho, mucho que no hago una dieta restrictiva. Esto ha derivado en un lógico aumento de peso desde entonces (tener problemas de hipotiroidismo no ayuda), pero también en imposición mental de límites en cierto tipo de alimentos por el simple hecho de no saber cómo consumirlos y cuánto de ello. Hay algunos que no he comido en años porque recuerdo que no me gustaban, y que sé que ahora podría cocinarlos de tal manera que me parezcan no solo tolerables sino incluso sabrosos. Así que doy por terminado el ciclo de limitaciones alimenticias y la bienvenida al conocimiento necesario para comer mejor y de más tipos de comida, para que mi cuerpo y mi espíritu disfruten más.
- Comprar menos libros. Uno de los retos más grandes de organización en mi casa es la falta de muebles para acomodar libros, no sólo míos sino de Mini y del flamante esposo. No es por falta de ganas que no he terminado de sacar de cajas volúmenes en varios idiomas de grandes obras, sino falta de dinero para ir comprar libreros y estantes para acomodarlos adecuadamente. Por eso, este año voy a evolucionar al maravilloso mundo de los e- books y audiolibros y escucharé más podcasts y video podcasts, que es un formato que me parece de lo más entretenido. De esta manera voy a aprovechar más y mejor el tiempo que paso en el auto y las tardes de espera durante las clases extra escolares de Mini.
- Enfocarme en relaciones casuales. Es increíble lo desgastante que es hacer amigos. En serio, creo que ni en mi tercer cambio de ciudad y escuela, a los nueve años, le he dedicado tanto tiempo y esfuerzo para crear lazos profundos con personas que he considerado valiosas. Y sé que no estoy sola en esta búsqueda de relaciones que valgan la pena. En algunos casos en los últimos años -los menos desde mi divorcio- he tenido buenos resultados. Los adultos, parafraseando a Saint-Exupéry en «El Principito», somos mucho más complicados y lo complicamos todo, por lo que conscientemente optaré por todo lo que simplifique las relaciones interpersonales y su enriquecimiento. Comencé con esta actitud hace algunos meses y he visto cómo me he rodeado de personas más positivas que, poco a poco, se interesan más en generar vínculos amistosos más profundos y honestos, así que el plan sigue adelante y lo recomiendo.
- No más «Pare de Sufrir». No me refiero a la secta religiosa, sino a la actitud estoica que me deja drenada emocional y físicamente. Y de ponerse de víctima, ¡nada! Me quejo y me quejo más de lo que las prácticas zen recomiendan, pero eso no significa que deje a la incomodidad hablar y al dolor fluir. Así que este año propongo aprender a escuchar al cuerpo, a la mente y al espíritu cuando sufren, porque están hablando un lenguaje que se enreda más si no lo dejamos salir. Y cuando termine de escuchar y pueda remediar, seré mejor amiga de mi misma.
- Olvidarme de la opinión de mi esposo. Aclaremos algo antes: Mi marido es un hombre maravilloso, al que amo con locura y quien me demuestra su amor constantemente. Dicho esto, también quiero apuntar que sus procesos mentales son extremadamente distintos a los míos. Y, por responsabilidad mía y de nadie más, he descubierto que su opinión sobre mis planes y asuntos personales y laborales está pesando más que mi intuición, y al tratar de aplicar su lógica sólo consigo que me de un «síndrome del impostor» paralizante. Curiosamente puedo escuchar y aplicar consejos de expertos y mentores, pero yo misma le he estado dando peso y responsabilidad extrema al muchacho, quien ni siquiera lo ha pedido ni se había enterado. Así que ya no más: A escuchar más a mi intuición y dejar de lado el miedo paralizante a fallar y fracasar, que ya sé quién es mi porrista favorito. (Y lo mismo aplica para cualquier persona en la vida a quien se tema decepcionar o molestar en aras del amor.)
Estos son mis despropósitos principales. Tengo algunos más pero, priorizando, creo que ya tengo bastante con qué comenzar el año. Espero que te sirvan de inspiración para analizar y enlistar los tuyos. El ejercicio vale la pena porque la base de una meta es la atención enfocada en lo que se quiere alcanzar, sabiendo qué es lo que nos ha distraído hasta ahora.
¡Que tus despropósitos se hagan realidad!
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